jueves, 29 de diciembre de 2011

A ti, camarada.

Cuando pienses que todo es falso, que las cosas no pueden ir peor, que estamos tan desolados que un querer escapar "donde habite el olvido"; cuando las cosas salgan del revés, cuando todas las ilusiones fracasen, cuando no queden sueños por soñar, cuando tengan razón los pesimistas, cuando te abandone el hombre o mujer imprescindibles (esos que decían que su felicidad era verte feliz a ti), cuando en el examen final siempre escriban "insuficiente"; cuando venza la pereza, cuando todas las noches estén escritas en prosa, cuando en el bar de la esquina no te espere tu barman predilecto... cierra los ojos y piensa lo que darías por un abrazo. No hablo de abrazos de compromiso, si no de esos que quedan pegados al corazón más que a la piel.[...] Encontrarás en cualquier lugar ese abrazo que justifique cada día, la sístole y la diástole de tú corazón. No lo busques, ahí el secreto. Quizá los abrazos que permanecen son los que no buscas. No desesperes si pasan los días, y meses, y sigue sin aparecer. Será que está formando su tormenta perfecta: esa que resplandecerá en tu interior, volcánica y voraz. Por un abrazo futuro vale la pena vivir. Un abrazo de la persona necesaria. Un abrazo que cure más que cualquier medicina. Si llegaste al final de esta columna sé quien eres. Te conozco desde siempre, camarada. Perteneces a esa clase de gente que piensa que las cosas que de verdad importan, importan por dentro. Un sentimental, digamos. Esos que entregan todo, y todo, y más...por un abrazo. La gente como tú (a pesar de la desilusión, y fracasos, y sueños que ya no quedan por soñar) hace el mundo más habitable.

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